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Una extraordinaria oportunidad

Sobre el blog

Jose Luis Soler Martinez
Empresario. Director General de Imabe do Brasil Ltda. , Fundador de Grupo Oceánica Maroc, Turalter, Srl. , Technoymar Soluciones, S.L. y Ecowater Technologies, S.L. Ecowater Innova/Zequanox en Europa y América Latina
  • extraordinaria oportunidad

En recientes publicaciones indicaba sobre la enorme dificultad que tenemos los ciudadanos para dar visibilidad y forma a los problemas de carácter climático que están acabando, lenta pero pertinazmente, con la vida en nuestro planeta tal y como hoy la conocemos.

Los procesos temporales en relación a la Naturaleza tienen una magnitud muy diferente a la efímera existencia de lo humano. Si queremos medir una distancia en el espacio tendremos que utilizar unidades de medida de dimensiones astronómicas: La unidad astronómica, el año luz o el Parsec. Recorrer un año luz significaría para un humano desplazarse 9,46 billones de kms. Para cualquiera de nosotros, viajar hasta nuestros antípodas, 20.000 kms, ya sería una distancia significativamente importante e impracticable para la mayoría.

Hemos adaptado la relación espacio-tiempo a nuestro pequeño universo terrenal. Nada que ver con el universo real. La mayoría de los fenómenos climáticos que ocurren en la tierra, están directamente vinculados al equilibrio con el sistema solar. Mientras que una gripe tiene relación exclusiva con el biotopo terrenal.

¿Cuánto de intervención humana tiene la actual crisis del clima? Muy similar a la propagación de un virus, hasta convertirlo en una pandemia o la expansión de especies acuáticas invasoras en los sistemas hídricos por el resto del globo.

La crisis del clima, al igual que otras crisis medioambientales y de salud, es un problema derivado de un inadecuado comportamiento en nuestra relación con el medio ambiente por causa, entre otros, del desconocimiento de los mecanismos que rigen la vida y un concepto supremacista del ser humano, en relación a otros seres vivos.

Mientras tomamos medidas extremas para impedir la evolución de la pandemia, a duras penas conseguimos llevar a cabo acciones para impedir el calentamiento global. Desconocemos la huella hídrica de los alimentos y de los bienes que usamos. En definitiva, habitamos una “vivienda” de la que desconocemos donde se encuentran el cuadro de contadores que marcan el consumo de los recursos vitales. En algún momento llegará una factura que no podremos pagar, con el consiguiente corte del suministro.

¿Alguno de nosotros podría imaginar hace solo unos meses la situación que hoy vivimos por causa de una pandemia? Al igual que hoy se nos prohíbe salir de casa o acudir a un concierto, en breve, estará totalmente prohibido circular con un vehículo que contamine el aire, se restringirá drásticamente el uso del agua, o solo podremos encender la luz unas determinadas horas al día. Se nos permitirá adquirir un catálogo de productos indicado por las autoridades.

Nuestra desesperante indolencia para cumplir las normas y el uso del sentido común, a pesar de las llamadas de atención y alerta de científicos y especialistas de todo el mundo, desde hace más de medio siglo, se sustentan y justifican por la falta de empatía con nuestro medio ambiente, al que usamos como un pozo sin fondo de recursos. La falsa percepción de que se precisan de siglos e incluso milenios para que sus efectos alteren severamente los procesos físico-químicos del planeta, y por tanto, nuestro modo de vida, queda desmontada por los hechos recientes. Han sido necesarios solo dos meses para que un problema de salud llamado COVID-19, ponga “la casa patas arriba”.

La obnubilación de la conciencia colectiva, da lugar a comportamientos que, en una situación de “normalidad”, nos provocaría hilaridad, tristeza o nos haría aflorar el sentido de lo ridículo. Estos comportamientos poco razonables, como sucede cuando vemos  personas abalanzándose sobre las vitrinas de los supermercados, la ausencia de medidas profilácticas a pesar de las recomendaciones, los abusos especulativos de precios, actos de connotación racial, etc. son más producto de hábitos de consumo basados en el deseo, una falta de ética, de un estilo de vida de estándares inducidos, que en el miedo a perder la vida.

COVID-19, nos ha mostrado de forma inapelable no solo las flaquezas del comportamiento colectivo, la debilidad del ser individual, sino las graves grietas del edificio que hemos construido para alojar el modelo de estilo de vida que “disfrutamos” y que nos auguran que el derribo de esta mole de incongruencias, está más cerca que lejos.

Los efectos contaminantes producidas por el transporte marítimo, aéreo y terrestre, han sido  motivo de innumerables debates y controversias durante años. En cuestión de horas, se han cerrado fronteras, prohibido el trafico terrestre, marítimo y aéreo entre países, causando abrumadoras perdidas económicas causando un nivel de incertidumbre hasta ahora desconocido.

La caída fulminante del precio del petróleo indica que el consumo de este elemento combustible, también ha caído en picado. La producción mundial y la limitación de la oferta también. Si esta crisis se mantiene en el tiempo por unos pocos meses, el efecto boomerang en el sentido de la mercadotecnia, podrá ser devastador. Provocará un efecto contrario al que se espera. Recuperar el tiempo perdido para retornar al modelo, no es la solución. Producir más para compensar las pérdidas, tampoco. Un bucle que perpetuará y agravará más aún la fragilidad del sistema.

Sin embargo, de esta insólita experiencia podemos y debemos extraer aspectos positivos que nos conduzcan a un cambio de actitud colectiva. Es necesario extraer conclusiones y aprovechar este momento en que las medidas excepcionales adoptadas por los gobiernos y aceptadas por los ciudadanos para controlar la pandemia del COVID-19 y la sensibilidad de la población ante una situación de riesgo extremo, para introducir en la sonda antídotos que permitan derribar el velo que nos impide ver que este escenario, no es más que la antesala de otro desastre global, de consecuencias imprevisibles que se cierne sobre la Humanidad y que aún estamos a tiempo de minimizar.