Matar o no, a los osos. Este es un dilema que tiene mucha historia y polémica, dado el conflicto existente entre el oso y los seres humanos, originado por la lucha por espacio y recursos para su supervivencia, donde indudablemente las ocho especies de osos: polar (ártico), labiado (India), malayo (Sudeste de Asia), Pardo (Rusia, Estados Unidos y Canadá), oso negro americano (Estados Unidos y Canadá), oso negro asiático (sudeste de Asia), panda (China), y el oso de anteojos o andino (América del Sur), tienen la de perder ante los seres humanos, la especie más depredadora del planeta[1].
(Según la World Wide Foundation, entre 1970 y 2014, la Tierra perdió el 60% de su fauna silvestre; siendo Centro y Sudamérica las más afectadas con una pérdida de 89% de vertebrados y una disminución del 83% de peces de agua dulce[2])
Es comprensible que nuestra alimentación, salud, seguridad y bienestar dependa de la biodiversidad; pero es incomprensible, irracional e inhumano, que eliminemos y extingamos de la faz de la Tierra, a otros seres vivos, rompiendo y desestabilizando el ecosistema mundial, que —en mi opinión— tienen tanto derecho a la vida como nosotros; y ese es el caso, por ejemplo, de los osos, calificados como animales ‘problema’, cuando en realidad de ellos mucho depende la vida de bosques y la existencia de fuentes naturales de agua.
Nos vamos a referir particularmente a la problemática del oso andino (tremarctos ornatus), única especie sobreviviente de diez que existieron en América, hoy calificada de ‘especie amenazada’. Existen casi 20 mil ejemplares repartidos en Colombia, Venezuela, Ecuador, Argentina, Bolivia, Panamá y Perú, país este último que registra el mayor número de ejemplares: cinco mil; y donde el conflicto oso-humano es preocupante por su incursión en los cultivos (maíz) y ganaderías (vacunos) poco tecnificados de comunidades andinas y amazónicas, para proveerse de alimento, habida cuenta de la reducción progresiva de su hábitat por la ampliación del área agrícola y escasez de productos para su supervivencia.
Ya desde la época inca, —según los Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega (1609) —, el oso andino (ukumari, en quechua), fue objeto de rechazo y caza por los daños que causaba igualmente en los cultivos y los camélidos (guanaco, vicuña, alpaca y llama), que servían de alimento, vestido y transporte; además cuyas heces servían de combustible y abono para la agricultura de los aborígenes. Incluso, se realizaba con mucha pompa la “cacería real del Inca”, persiguiendo a osos y vicuñas (por su piel). En el Virreynato aumentó el conflicto debido a la diversificación de nuevos productos agrícolas y mayor ganadería (bovino, caprino, ovino, equino, porcino y mular),
Según la “Estrategia para la conservación del oso andino en el Santuario Histórico de Machu Picchu y el Área de Conservación Regional Choquequirao”[3], publicada en el 2014 por el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado – SERNANP, Gobierno Regional del Cusco, Wildlife Conservation Society – WCS e INKATERRA, los “ukukus, como se denomina a los osos andinos en quechua, son los mediadores entre las etapas o estados de la vida, entre lo celestial y lo terrenal, entre la naturaleza y la cultura, entre la vida y la muerte. Los ukumaris son los oso-hombre, mitad osos y mitad hombres, que ostentan las cualidades de ambos y, por lo tanto, son admirados y temidos al mismo tiempo. El oso también es maeni, el ser supremo, el creador de la vida para los Matsiguenga”.
Los úrsidos en territorio peruano enfrentan además otras amenazas como la caza ilegal y furtiva, no solo porque ocasiona daños y pérdidas a los campesinos asentados entre los 500 y más de 4,000 m.s.e.n.d.m., de la Cordillera de los Andes y los bosques amazónicos, sino por fuertes creencias mágico-religiosas populares, donde chamanes y brujos utilizan algunas partes, como cabeza, garras, órganos sexuales, para hechizos y amarres de amor; o para la fabricación de medicina natural; o comercialización de su carne u ornamento de viviendas.
Además, la deforestación, las actividades extractivas, las represas, carreteras, incendios forestales, y el cambio climático le están afectando porque alteran las zonas donde habita, huyendo de la desertificación y la contaminación. Su situación se agrava por la poca investigación, especialmente in situ, e información sobre las enfermedades que lo aquejan y trasmite, su fisiología, genética, reproducción y consecuencias de cautiverio. A esto se suma un Estado con pocos recursos económicos, capacidad limitada y débil marco normativo para su protección y estudio.
(Continuará)
[1] Así lo señala el índice Living Planet, de la WWF, que es un indicador de la biodiversidad global y de la salud del planeta,
[2] La pérdida de biodiversidad se debe a la destrucción de hábitats silvestres, sobreexplotación y comercialización de las especies, contaminación, invasión de especies exóticas y el cambio climático.